
Paseo Abajo
Juan Torrijos
Y se llaman feministas
El ritmo que hoy se nos impone empuja constantemente a ser productivo. Incluso las vacaciones tienen que “aprovecharse”, mínimo, con un gran viaje o una colección de experiencias dignas de un rosario de publicaciones en Instagram. El cóctel, la playa o el fiestorro nocturno es lo mínimo digno de ser publicable. Nadie sube fotos haciendo nada. El verano se acerca a pasos agigantados y quedarse quieto no es una opción, es una traición.
Pero en verdad el cuerpo tiene otra tendencia, más natural diríase. El calor adormece pensamientos y diluye agendas. Nuestro organismo busca la sombra, el fresco, y rehúye cada vez más el esfuerzo. El verano implementa un ritmo distinto que invita a algo tremendamente útil: no hacer nada.
No es ésta una apatía nacida del desánimo. No. Esto va de recuperar esa vieja sabiduría, tan nuestra, que suena a siesta, a sobremesas largas y a dejarse llevar por lo que venga. Va de entender que el descanso no es un fallo del sistema, sino parte del propio sistema. Que parar no es rendirse, sino recuperarse. No hacer nada cuando toca es, en realidad, estar muy vivo, porque sentimos el tiempo dejando a un lado la febril necesidad de usarlo. En ese detenerse hay un gesto profundamente humano: el de observar sin intervenir, el de existir sin justificar y el de vivir sin zarandajas. Es, simplemente, habitar el presente. Y eso, aunque no tenga filtros ni hashtags, también merece ser celebrado.
Esto, como todo, puede hacerse mal o bien. La suerte es que no es difícil si nos dejamos llevar un poco. Se trata de probar a sentarse en la terraza a ver caer la tarde sin mirar el reloj. Es pasear sin destino, mojarse los pies en una fuente o escuchar el canto de las cigarras disfrutándolo como uno de esos festivales veraniegos tan de moda ahora. Porque en esa pausa sin culpa se abre un espacio distinto: damos paso a nuevas ideas nuevas, silencios fecundos y recuerdos que no habíamos tenido en cuenta antes.
No hacer nada… pero hacerlo a conciencia. Porque a veces, solo cuando se detiene el ruido, aparece lo esencial. El verano puede convertirse entonces una terapia sin cita previa, un permiso renovado para estar sin hacer, para respirar sin correr. Así que si este verano no haces nada, no te disculpes. Todo lo contrario. Quizá estés practicando uno de los pocos lujos verdaderamente revolucionarios que nos quedan: el de vivir sin prisa. El de estar… sin más
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