
En tránsito
Eduardo Jordá
Un final shakesperiano
En tránsito
Sabe un loco que está loco? Me lo preguntaba el otro día al ver la comparecencia de Pedro Sánchez a las cinco de la tarde (pobre hombre, tan tarde y aún no había comido). Al verlo con esa mirada absolutamente desquiciada y esa pose de actor de cuarta fila en una función de pueblo, me pregunté si era realmente consciente de lo que le ocurría o si su mente ya se había instalado en una realidad delirante que roza el trastorno psicótico. Son preguntas interesantes porque un país tiene derecho a saber si está en manos de un demente. Porque ese demente controla los Presupuestos Generales del Estado y las decisiones más importantes que afectan a nuestra vida.
Si lo pensamos bien, son tantos y tantos años de trastorno cognitivo que lo más lógico es pensar que este hombre sufre una dolencia psiquiátrica. En los años del Peugeot 304, cuando recorría España con sus compañeros del alma, nuestro hombre veía al orondo Ábalos saliendo con un palillo en la boca de un motel de carretera llamado –un poner– Copacabana, y entonces pensaba que tenía delante a un heroico luchador feminista que rescataba a las pobres rumanas explotadas en los puticlubs. Y luego, una hora más tarde –o incluso a la misma hora–, veía a Koldo salir con otro palillo en la boca de otro motel de carretera llamado –un poner– Las Vegas, y entonces pensaba que tenía delante a un probo inspector laboral que acababa de enchironar al dueño de aquel local después de ponerle una multa de 500.000 euros. Porque, tal como nos explicó la otra tarde, las cosas tuvieron que ocurrir así. Y si la mente de una persona está sometida a esta clase de trastornos disociativos, ¿qué le acaba ocurriendo? ¿Tiene aún la suficiente claridad mental como para percibir la realidad? ¿Es consciente de lo que hace? ¿Sabe lo que dice? Repito: son preguntas interesantes porque el poder que acumula ese hombre es inmenso. Su larga mano ha llegado –a través del dinero público– hasta el último rincón de este desdichado país que llamamos España. Así que se vienen tiempos interesantes, amigos. O mejor aún, shakespearianos. Lo que aún no sabemos es si el final de ese hombre será como el de Macbeth o como el de Julio César. O, ¿quién sabe?, como el de Otelo.
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