Una abdicación moral

Monticello

26 de mayo 2025 - 03:10

Tras el brutal pogromo de Hamas, ejecutado el 7 de octubre de 2023, y en el que, mediante una matanza artesanal, fueron asesinadas más de 1200 personas, Israel ha respondido con un “asedio completo” sobre el territorio y la población de Gaza. Esta operación militar, iniciada el 8 de octubre, se ha cobrado la vida de más de 53000 personas, de las cuales unas 15000 serían niños. Desde que se tuvo noticia de los primeros ataques del Estado israelí sobre la población civil y de la abultada cifra de menores muertos, quienes han apelado a conceptos medulares del derecho internacional humanitario han sido respondidos con un argumentario arquetípico, que va desde la acusación de antisemitismo y la reivindicación de Israel como faro de Occidente, al recordatorio del trato igualitario que, a diferencia de sus vecinos árabes, ofrece Israel a mujeres y homosexuales. Devastada Gaza, con su población sumida como castigo en la hambruna y cuando las cifras de civiles muertos son abrumadoras, el argumentario no ha variado y tampoco creo que variaría si los 53000 muertos llegasen a los 150000, o si fueran 50000, pasado un tiempo, los niños los caídos por el fuego o el hambre. Los derechos del colectivo LGTBI, la apelación a la misión existencial de Israel, o la acusación de antisemitismo seguirían ahí como cartas de triunfo para censurar el uso de términos como crímenes de guerra o limpieza étnica, incluso cuando a estas cifras se sumen declaraciones como las de Bezalel Smotrich, ministro de economía israelí, que celebraba hace unos días el hecho de que Israel estuviera “desmantelando Gaza y dejándola reducida a montones de escombros, con una destrucción total sin precedentes a nivel internacional”. Pero la cuestión no es sólo que la limpieza étnica de Gaza pueda ser materialmente imparable, sino que da la impresión de que cualquiera que fuera la intensidad numérica de la matanza, seguiría incólume el neolenguaje que ofrece cobertura moral a la ampliación progresiva del umbral de la crueldad. La destrucción planificada de Gaza corre paralela a la paulatina ruptura entre nosotros de un consenso cultural no sólo sobre el valor de la dignidad humana sino también en torno aquello que nos ha de causar el sentimiento de espanto. A la quiebra del derecho internacional se le une así una traición al lenguaje que es preludio, como nos enseña la historia, de la abdicación moral. “Estamos destruyendo todo y el mundo no nos para”, dijo con razón el ministro Smotrich, a lo que pudo añadir que, dentro de poco, a buena parte del mundo tampoco le importará.

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