Puro negocio
Fin
Se acabó el curso de nuestra Unión Deportiva. Lo hizo como no nos tiene acostumbrados en días de enjundia, que es cayendo con dignidad y entereza, lo que suscita en el aficionado infinidad de preguntas. Principalmente, la de por qué ahora. Seguramente, a excepción del portero, no hubo jugador que no cuajase en el Tartiere su mejor partido, sudando pundonor y haciendo un fútbol sereno, efectivo y camaleónico. Por primera vez, la responsabilidad pesó en la conciencia de los futbolistas. No así en Eibar, Burgos, Castellón o un gran surtido de desplazamientos donde la UDA fue un muñeco de trapo (en aspecto, actitud y espiritualidad). Pero, claro, ahí no había ascenso alguno en juego. Aunque todos, salvo los del césped, sabíamos que sí lo había. Creo que esto sintetiza bien lo que ha sido este plantel, sobre todo en la segunda vuelta. Un equipo sólo con la voluntad de remar teniendo el viento a favor (es decir, jugando en casa) o cuando las necesidades han sido urgentes. Incluso en la famosa racha de ensueño encontramos este denominador, pues tuvo que dormir en puestos de descenso para conjurarse y no ver peligrar sus despampanantes carreras. Y, aun con eso, nadie ha conseguido igualar esos catorce partidos sin perder, para quienes refieren a la presunta infernalidad de la categoría. La temporada no debe conocer algo diferente a un suspenso. Ya no tanto por el qué (¡sextos y gracias!), sino por el cómo, que estriba en la multidimensionalidad de un equipo que sólo ha mostrado su mejor cara cuando no ha tenido más remedio.
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