Elon y Donald, Pimpinela

El poliedro

El idilio entre Trump y Musk ha durado menos que una promesa de amor eterno en la Isla de la Tentaciones. Y hablan de Montoya, ese chico pizpireto de ese programa televisivo que tanto bien le hace al desmontaje de los tópicos de la gracia gruesa andaluza que no cesa. Cuando, desde la periferia de la despechada Europa, uno lee cómo ambos plutócratas estadounidenses se están moñeando en las redes sociales a los pocos meses de ganar juntos las elecciones, tampoco se extraña. Nuestra capacidad de asombro ha alcanzado un alto nivel de saturación, y ver al dúo freak del centro del imperio político y empresarial del planeta convertido en una canción de Pimpinela tampoco nos ha vuelto los ojos del revés. Mucho ego para un sólo Despacho Oval. Objetivamente, parecían lo que han resultado ser; dos personas volubles, extravagantes: ya podíamos intuir que esto iba a acabar como el rosario de la aurora, o sea, a fraternos farolazos; donde tanto te quería y tanto te admiré, de repente más te odio y más ladrón e inmoral eres.

A toro pasado, es fácil decir que se veía venir, desde luego. Pero verlos enseñorearse en el Despacho Oval, uno con gorra de béisbol e hijo pequeño, el otro, titular de la Casa Blanca, teñido y soltando leches a distro, siniestro, norte y sur, no auguraba sino una lucha de gigantes, título de una canción de Antonio Vega: “un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar en un mundo descomunal”. A ver cómo de descomunal. A ver en qué queda el coche silencioso y sin emisiones, Tesla, después de esto. Y los subsidios públicos a esta empresa y a la otra, Space X. Ya lo ha anunciado Trump, en el modo chavista de aquel mítico “¡Exprópiese!”.

Las acciones de la joya a cuatro ruedas del hombre más rico del mundo se han desplomado; aunque si no nos extrañamos ya de nada, menos lo hacemos de las convulsiones de la bolsa de valores. Musk ha soltado un secreto feo de Don, y aquí sabemos bien que los secretos son la materia de la que está hecha la política: Trump, dice, está en la Lista Epstein, un inventario de ricachos implicados en redes de prostitución de menores. Ha soltado la bomba Epstein ahora; no consideró este dato algo tan importante como para evitar aliarse con un político. El sudafricano ha durado en el cargo de cirujano de la burocracia estatal lo mismo que un iPhone en la puerta de un colegio. Ya en modo Matamoros, ha criticado el plan fiscal y presupuestario de su viejo amigo, y esto ha hecho estallar al neoyorquino, que se da toda la traza de ese tipo de seres que no toleran perder ni a las canicas, y así suelen ir apestando la tierra. Reflexivo, que lo es lo justo, Trump ha reaccionado encendido y amenazante, como en aquel episodio de las Tablas de la Ley Arancelaria: “Te voy a quitar todos los subsidios, canalla. Te vas a enterar”, ha venido a decirle a su Elon de su alma y de su DOGA. Por si algún admirador del rey ultramarino no quería verlo, las empresas en Estados Unidos se subsidian con dinero público, y muchas empresas privadas tienen como cliente al Estado. El libre comercio, ya si eso.

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