Triunfo de la difícil sencillez y la emotiva naturalidad

LA RECETA PERFECTA | CRÍTICA

El actor Clément Faveau protagoniza la cinta.
El actor Clément Faveau protagoniza la cinta. / D. S.

La ficha

***** 'La receta perfecta'. Comedia dramática. Francia. 2024. 90 min. Dirección: Louise Courvoisier. Guion: Théo Abadie, Louise Courvoisier. Música: Charlie Courvoisier, Linda Courvoisier. Fotografía: Elio Balezeaux. Intérpretes: Clément Faveau, Maïwène Barthèlemy, Luna Garret, Mathis Bernard, Dimitry Baudry.

La joven realizadora Louise Courvoisier ha logrado solo con un cortometraje y un largometraje, ambos premiados en Cannes, ponerse en primera línea del cine francés. Haciéndolo en un territorio muy quemado por el exceso de comedias dramático-sentimentales de buen rollito y superación que asolan al cine francés, muchas de ellas ambientadas en presuntos paraísos rurales o relacionadas con la gastronomía. Y esta película es una comedia agridulce ambientada en el Jura que tiene que ver con la fabricación de quesos. La cosa puede oler mal. Pero, como sucede con los quesos, el mal olor preludia el mejor sabor.

La clave de su reconocimiento y su éxito es simple: talento y autenticidad. Courvoisier sabe filmar con emoción, contención y verdad humana la evolución de su protagonista, un joven más bien dado a la juerga que abruptamente ha de asumir responsabilidades familiares, dedicándose a la fabricación del mejor queso de la región, con la ayuda de un maravilloso equipo, para ganar un concurso que le permita afrontar sus nuevas responsabilidades.

Con la libertad de quien maneja un reducido presupuesto y trabaja con igualmente reducido y literalmente familiar equipo, con la autenticidad de quien pertenece al Jura, conoce y ama sus espléndidos paisajes y sus lugareños, Courvoisier sabe filmarlos -a veces casi rozando el documental y utilizando actores no profesionales- sin retórica, como de igual a igual, con un cálido sentido de pertenencia que impregna también las relaciones entre los personajes. Y con un estilo que alcanza esa tan difícil sencillez de lo que de tan natural parece improvisado, pero revela y requiere un gran trabajo de dirección que queda claro desde el estupendo plano secuencia que abre la película.

Como canto al arraigo a una tierra y a una comunidad, arraigo sano que no asfixia, ni aísla, ni predispone contra los extraños, sino que, por el contrario, crea relación con la tierra, con los oficios y con los otros, la película tiene un gran valor testimonial en tiempos de globalización. No se trata del síndrome de Asterix, sino de la diferencia enriquecedora, del pasado vinculante, de la tierra nutricia. Algo muy cercano a Pasolini o a Olmi. Cines de ida y vuelta. Al fin y al cabo, el realismo francés de un Renoir antecedió al neorrealismo italiano de un Visconti o un Rossellini. Se agradece también que no opte por el tremendismo -este sí muy francés- en el tratamiento de la provincia y del mundo rural. Hay humor sin idealización, emoción sin patetismo, amor a las gentes y a la tierra sin retórica hueca. Todo parece verdad porque todo es verdad. Una bellísima opera prima.

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