Las lecciones de Martínez
El maestro Juan Martínez que estaba allí | Crítica
La liberación de los derechos de autor de Chaves Nogales hace que coincidan en el mercado varias ediciones de su libro del bailaor Juan Martínez

La ficha
El maestro Juan Martínez que estaba allí Ed. María Isabel Cintas Guillén, Sevilla, Confluencias, 109 pp. El maestro Juan Martínez que estaba allí Alianza, 351 pp,
La edición de Confluencias es un facsímil de la original, que se publicó por entregas en la revista Estampa, entre marzo y septiembre de 1934, aunque los acontecimientos de la historia empiezan en 1914 y acaban con la huída de Martínez de la Rusia bolchevique.
Esta edición reproduce el abundante material gráfico que acompañaba al original que demuestra que Juan Martínez no era un personaje de ficción, como su fabulosa historia, pero estrictamente cierta, hizo sospechar a más de un crítico.
Un material gráfico que reproduce imágenes de la represión, el hambre y la muerte en Odesa, Kiev, Leningrado y Moscú y que le da aún más verosimilitud, si cabe, a la truculenta historia que nos narra Martínez-Chaves.
Por cierto que este Martínez no es el mismo Juan Martínez de Cartagena, bailaor de flamenco, a pesar de lo que decía José Gelardo en su biografía de El Rojo el Alpargatero, opinión que recoge, asimismo, la editora en su introducción a la edición de Confluencias.
Es decir, que obra es un “documento auténtico” en toda su extensión, incluyendo los orígenes burgaleses de Juan Martínez. Eso sí, como algunos de los protagonistas de este historia estaban vivos cuando se publicó la misma en 1934, algunos nombres han sido alterados. Fundamentalmente uno, el de Antonio Grau, el Rojo el Alpargatero hijo, que aparece en esta obra con el nombre de Zerep, y que quedó en el puerto de Odesa, cuando Martínez y Sole, su esposa y pareja de baile, se embarcaron con pasaporte falso rumbo a la libertad.
Grau logró huir de Rusia más tarde, disfrazado, a través del Caucaso. En el año 1934 era el respetable director de una residencia privada de señoritas en Madrid. Y es por eso, entiendo, que Martínez y Chaves prefirieron no dar su nombre verdadero ya que Grau sufrió las mismas calamidades o más que Los Martínez. El mensaje de Manuel Chaves Nogales y de Juan Martínez contra el fanatismo no caló en la sociedad española. En un momento de polarización como el actual, donde hasta festivales tan asépticos como el de Eurovisión son objeto de la demagogia partidista, este alegato contra el fanatismo es de obligada lectura. Para los que sepan leer. El problema es que los fanáticos no leen. No escuchan. Este edición viene enriquecida con el artículo fundacional “Los flamencos de París”, publicado por Estampa el 19 de marzo de 1930 y que fue el primer contacto que Chaves Nogales tuvo con el bailaor. El artículo incluía tres fotos del bailaor y varios párrafos dedicados a Martínez, de manera que este bailaor era ya familiar a los lectores de Estampa. Por cierto que en ese artículo, “Los flamencos de París”, había también un espacio reservado a Vicente Escudero.
No obstante, es cierto que resulta casi increíble que Martínez conociera tanta violencia y miseria:la primera guerra mundial, la revolución rusa, la guerra civil rusa, la guerra ruso-polaca. Y esa es la razón, de que Andrés Trapiello siembre en 2007 la duda de que “sea una novela, un reportaje, o una crónica novelada”.
Se mencionan en el libro estos géneros flamencos: bolero, bulerías (también canta), zapateado, garrotín, farruca, es decir, los bailes de moda del momento, por lo que, en este aspecto, el libro es estrictamente realista.
Otra curiosidad del libro es que, aunque Martínez toca la guitarra y la lleva siempre consigo (en un pasaje del reportaje dice “¿qué hace un flamenco sin guitarra?”), el acompañamiento de sus bailes son sus “músicas”, que identifico como partituras, que tocaban, allí donde llegaba, los músicos locales. De hecho su primer contrato en Constantinopla era para “bailar flamenco, solo, sin música”.
En una ocasión refiere Martínez que perdió sus músicas y entonces tuvo que dictarlas de memoria a un compositor ruso de manera que, a pesar de que no salieron exactamente como las originales, este flamenco “pasado por Moscú” fue del gusto del público.
El uso de las castañuelas le libró de la cárcel o algo peor ya que pudo demostrar que era un “trabajador manual” y no un “cochino burgués”, gracias a los callos de las manos. El traje de corto fue el último traje de artista que mantuvo hasta el final de su aventura.
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