La Almería del librepensador Martinón y una II República que no cuajó
Cuenta y razón

Castillo de San Julián, Cartagena, y 10 de enero de 1886. Durante la noche, unos insurrectos, encabezados por Manuel Bartual, sorprende a la guarnición y se hace con el fuerte en el que iza la bandera roja de la rebelión para que todo el mundo sepa, empezando por el Arsenal que lo ha despedido de delineante, como ha instaurado en España la República, la segunda, brevísima, sí, pero que hace tercera a la última, a la de 1931. Pasa el día esperando ayudas y adhesiones, hasta que ve subir una tropa a la que descubre enemiga, y a tiros abate al general Fajardo que la manda. La muerte de este militar un mes después, coincide con la del sublevado al que desde el cementerio y a garrote vil, lo mandan al otro valle dejando, en este, de lágrimas, a su mujer y sus dos pequeños, a vivir en la miseria.
Mientras sus seguidores, algunos de 16 años, reciben penas diversas… los instigadores del golpe se han cuidado muy mucho de poner leguas de por medio para oír, desde tierra extraña, como la Piquer, sus condenas a cadena perpetua para que las cumpla Rita. Otra vez con las orejas de punta una Almería, fiel devota de Cartagena, de la que siempre ha recibido bondades muchas… y disgustos pocos, aunque, eso sí, de aúpa, el último en 1873: dos fragatas cantonales y bombarderas. Aplastada la sublevación, retorna una tranquilidad aparente que ya estaba amenazada, al menos desde cuatro días antes de la rebelión, cuando el 6 de enero de 1886 los Reyes Magos traen a nuestra ciudad un regalito: un mitin en el teatro Apolo que reúne, con José Litrán, Rosendo Abad, Antonio Ledesma…, a todos los republicanos de la ciudad, entre los que no faltan forasteros, como el llegado esa mañana en el vapor de Orán y se ha registrado en la fonda de Tortosa, plaza de San Pedro, no sé si con unos supuestos o con sus auténticos datos: José Pérez Martinón, natural de Valencia, de 38 años de edad y de profesión… ¿Cuál de ellas? ¡Son tantas las que tiene!, ya terrenas o celestiales, venidas o por venir: Presbítero, hereje, librepensador, maestro, apóstata, republicano, escritor, masón, protestante, maestro, editor, periodista, católico -perdido, recuperado y vuelto a perder- y hasta delineante fue, como el golpista.
A la mañana siguiente la policía registra su habitación en busca de pruebas sobre su implicación en la intentona. En los interrogatorios se explica con un aplomo que solo es flaqueante a la hora de justificar el hecho de haberse inscrito en el barco como “Antonio Guerrero”. Algo que echa por tierra las ironías de sus correligionarios almerienses que ponen a Martinón maquinando el alzamiento del castillo de San Telmo y otras fortalezas arruinadas… Para así, con bromitas, tildar de locura el relacionar el golpe con el acusado y ahorrarle lo que al final no le ahorrará: que el 13 de enero, se viera procesado e ingresado en la vieja prisión de la calle Real.
Al obispo Orberá se le atraganta el primer picatoste del desayuno al recibir la noticia de la presencia en la ciudad de un viajero al que sabe que sus andanzas le han valido la excomunión en Orihuela, según le ha contado su hermano en Cristo y obispo de aquella diócesis. A la espera queda su eminencia del follón que no tardará en aparecer pues liberado Martinón con la prohibición de abandonar Almería, su actividad arrecia en términos hasta ahora desconocidos para el ciudadano de orden que deja la defensa de sus ideales a Eusebio Arrieta, párroco del Sagrario. Los ciegos reparten un pliego con la carta del cura y la respuesta del presbítero, si bien esta no ha tenido igual difusión al negarse la prensa en 14 de abril a su publicación. El día 21 el obispo decreta la excomunión de Martinón que hace extensiva a cuantos redacten, impriman, publiquen y repartan su periódico “El hijo de la viuda”. Lejos de amilanarse, nuestro personaje, no solo se enfrenta a sus adversarios, sino que entra en disputa con personas que le son más o menos próximas como Antonio Ledesma y Atienza y Medrano…
Y es entonces cuando funda el Grupo Regional Levantino de la Liga Universal de los Librepensadores, cuya primera junta, en el teatro de Apolo y 25 de abril, es en realidad un mitin, lleno total, en el que se trata, entre otras cosas, de la persecución a la que la iglesia católica somete a críticos y disidentes, como el propio Martinón que cerró el acto a las tres de la tarde. Cinco horas en un baño de caliente vanagloria que, si le vino bien a él y a los suyos, escaldó a sus oponentes. Acalló el verano la polémica y siguió nuestro hombre dedicado a la venta de libros. Sin protagonismo hasta que el 20 de septiembre de 1886, por la intentona republicana en Madrid entra en nuestra cárcel acusado de rebelión en unión de los republicanos almerienses Antonio Campoy, Eustaquio Zarzosa, Rosendo y Vicente Abad, Antonio Téllez y Juan Veraguas.
Si el año en que Martinón estuvo en Almería le supo a poco a republicanos y socialistas que vieron en él al grillo despertador de conciencias; a la iglesia y a la burguesía se le antojó un siglo de chicharra molesta para una ciudad como Dios manda. Por eso cuando en febrero de 1887, anuncia su vuelta a Alicante sus adeptos van al puerto a despedirlo, y con ellos más de un adversario, para darse el gustazo de decirles por lo bajini y al son alegre de la queja: adiós Martinón, “tanta paz lleves como aquí dejas”. Un deseo que quedó en nada, como en nada quedó su reconversión al catolicismo y sus peticiones de perdón. Ya en su Valencia natal siguió viviendo de los libros, sin dejar de montar el poyo con sus cosas: en 7 de septiembre de 1907 es preso por un artículo en el diario “El Pueblo”, en 1909 casi lo linchan por su intervención en el congreso de educación... Hasta que en 1911 la lía del todo y va y se muere recibiendo -como no podía ser de otra manera- “humana sepultura” en el cementerio civil valenciano… Y esta es la historia, y así se la he contado yo, de La Almería del librepensador Martinón y una II República que no cuajó.
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