Almería recoge las primeras cerezas de la campaña: así es un día en un cultivo
Nacimiento
Agricultores como Manuel Lao, que llevan años dedicándose a este cultivo, comienzan a recoger los primeros frutos de una cosecha que ha sido tranquila en Abrucena
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Abrucena/El Valle del Jerte, en la provincia de Cáceres, es famoso, ante todo, por sus cerezas. Es su forma de vida principal y su carta de presentación al resto del planeta. No han sido pocas las veces que en la comarca del Nacimiento almeriense se les ha comparado con los extremeños para destacar el potencial que tienen estos frutos en la zona.
Abrucena o Abla son dos de esos municipios que llevan décadas apostando por este cultivo. A medio camino, con el skyline de las dos localidades como telón de fondo, está el cultivo de Manuel. El encuentro con los periodistas le pilla llegando a su ‘oficina’, el extenso terreno con el que cuenta y en el que tiene trabajo en los próximos días. “Las variedades tempranas las hemos recolectado ya, pero tenemos muy pocas”, comienza. “La siguiente variedad la vamos a empezar a recoger la próxima semana, tenemos que esperar a que se vaya poniendo más oscura”, añade.
Habla este agricultor mientras pasea por sus terrenos. En ellos pasa buena parte de la vida, sábados, domingos y festivos, días de horas y horas. No para quieto. “Son plantas vivas, hay que abonar, fumigar...”, enumera. “Es lo que elegí, es lo que me toca”, sentencia.
Son cultivos que tardan en dar rendimiento. La plantación que tiene ronda los veinte años y le queda poco para tener que cambiarla. Lo irá haciendo poco a poco, pues uno de los problemas principales es que los cultivos pueden tardar hasta tres o cuatro años en dar producción que se pueda comercializar. “Con una plantación de cerezo a lo mejor hay que estar 3-4 años para empezar a recoger”, explica. Las azufaifas o el vivero que tiene le permite diversificar la actividad, asegurarse un ingreso que tantas veces cuesta en llegar.
'Cerezos bonsái', de Chile al Nacimiento
A Manuel la oportuna visita de este periódico le pilla pensando que se llevará a Tarragona. Quiere conocer cómo trabajan en una finca en la que se están implantando plantas más bajas y que suponen un menor desgaste físico para el agricultor. Son los conocidos como ‘cerezos bonsái’. El referente es Chile, que es el mayor exportador global de cerezas, que destacan en dos regiones de este país, el Maule y O’Higgins, ubicadas en la zona central de este estrecho pero alargado país.
Este delicioso fruto rojo, con incalculables beneficios para la salud, tiene en el país chileno un terreno propicio para su implantación, pues requiere de horas y horas de heladas, que se logran en el duro invierno de esta zona, y veranos cortos y no demasiado calurosos.
La cereza es el fruto típico de Chile, el que más imagen proyecta a nivel internacional. Su temporada se extiende durante los meses que en España corresponden al otoño e inicio del invierno, pero que allí son primaverales, de octubre a junio. Un período que es fundamental para llegar en forma a una de las épocas de mayor consumo, las celebraciones del Año Nuevo Chino, que se suelen desarrollar en el mes de febrero. Una manera de conocer Chile, que traspasa barreras, a través de uno de sus cultivos fundamentales.
Esta cosecha se prevé buena. Eso es noticia, pues en 2023 y 2024 no han podido decir lo mismo. “Venimos de dos años que no ha habido cosecha, hemos tenido la calima y las grandes heladas y no ha cuajado bien”, asegura. Y eso que la planta necesita frío, al menos 500 horas, mejor si son 800, a menos de siete grados centígrados. El cambio climático juega en su contra. Hace falta helarse y eso ocurre cada vez menos. Ese es uno de los contratiempos que podría acabar, en unas décadas, con un cultivo histórico.
Cultivar es solo apto para personas con paciencia. Cuesta meses en ver que el trabajo da fruto y este se puede desvanecer en cuestión de segundos, en lo que tarda una lluvia torrencial. La semana pasada, a punto de recoger, cayó agua, pero fue poca y solo una muy pequeña parte de la producción se vio afectada. “Vine al día siguiente, no quise llevarme el disgusto la misma tarde”, recuerda. No hubo, se salvó. El miedo era lógico. “La lluvia de marzo nos vino fenomenal, pero cuando molesta es cuando está así”, explica.
El precio, menos del que puede parecer
Una vez retornado de la expedición, este periodista hizo un ejercicio. Preguntó a su entorno a cuánto había comprado las cerezas la última vez. Seguro que usted, lector que ha llegado a este punto avanzado del reportaje, masculla una cifra con indignación. Manuel puede dar un esbozo de cuánto cobra él por un kilo de producto. “Los vendemos a unos dos euros”, cuenta. “La mitad se va en recolección, luego mete agua, abono, poda...”, enumera.
Él no tiene una plantación pequeña. Son 6.000 metros cuadrados en una parte del terreno y 4.000 en el otro. Encontrarle la rentabilidad es vital.
Las plagas respetan
El precio no es el único de los quebraderos de cabeza para Manuel. Las plagas, que tantos disgustos están generando en el sector primario, son una preocupación a tener en cuenta, aunque él de momento no las está sufriendo en demasía. “Es una planta que si se le da tratamiento en invierno no hay problema”, asegura. Sí ha tenido que vivir problemas puntuales con los pulgones o la mosca de la fruta.
El coche de la comitiva periodística arranca cuando empieza a apretar el calor. Atrás queda Manuel y, a sus espaldas, el zumbido de los cañonazos para espantar los pájaros. El campo le gusta. En este reportaje lo ha demostrado.
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